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Jung ha dado una versión particular de algunos procedimientos intuitivos de tipo “mágico”, pertenecientes al ámbito de las prácticas ocultistas. En su estudio sobre la interpretación de la naturaleza y la psique,14 investiga lo que él denomina “coincidencias significativas”, estableciendo la existencia de un principio de conexión acausal en igualdad de derechos con el de causalidad. Jung opina que ese aspect desconocido que se presenta –tal como lo confirma la experiencia extrasensoria– liberado del marco tempo-espacial, podría tener un fundamento arquetípico­ y elige para nominarlo el término sincronicidad.

Pero ese conocimiento no puede provenir de la ac­tividad cognoscitiva común. Se impone una elevación del alma que reduzca las apariencias múltiples, y eliminando los opuestos conduzca al nivel de coincidentia oppositorum. La conciencia debe modificarse,­ transformarse, situándose más allá de la dualidad en el eje mismo del Ser: en consecuencia no puede comportar grados ni transiciones. Como quería Nicolás de Cusa, quien busque lo infinito debe desligarse de la multiplicidad fenomenal y realizar una comprehensio incomprehensibilis, una inmersión en la misteriosa profundidad de la conciencia del cosmos, para “volverse uno” y tornarse semejante a Dios.

El existencialismo acepta la condición humana tal como parece ser, se obliga a creer en la realidad ontológica de la historia y se arroja en un remolino de agitación y ocupaciones artificiales; el surrealismo vive en la historia, pero impugna su realidad. Frente a la vida inauténtica, lucha por trascender al hombre, por transformarlo en un ser nuevo, substancialmente distinto.

La unidad de la vida no admite límites ni separaciones. La vida está presente en todo, entera e indivisa, tanto en los astros como en el más straightforward de los elementos, igual en lo inferior como en lo outstanding. El Gran Todo es lo único que vive. Esta certeza es la que movió a Novalis a expresar su fe en la unidad de la existencia.

       Creen en la existencia de una fuerza absolutamente distinta a toda fuerza content –escribió Codrington–, que obra toda especie de maneras para el bien y para el mal y que es de la mayor ventaja colocar bajo su mando o dominar. Es el “mana”. Yo creo que esta palabra pertenece a todo el Pacífico, y se han hecho muchos esfuerzos por dar definiciones de lo que es en los diversos países en que aparece.

Se convierte en un ser extraordinario para los otros hombres, pues tiene una medida distinta que la de ellos. Tiene deberes que ellos no conocen.

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Su primera rebeldía que simboliza un visit esfuerzo individualista e inorgánico por reformar el mundo, le dicta estas frases terribles, recogidas por Ernest Delahaye:

La conciencia puede pasar del estado binario al estado analógico y provocar la “puesta en marcha de las máquinas ultrarrápidas contenidas en la parte dormida del cerebro”.23

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Cuanto más se eleva y se ensancha el pensamiento humano, menos comprensibles­ aparecen la nada y la muerte. Todo lo que muere cae en la vida; y todo lo que nace tiene la misma edad de lo que muere.

Gusdorf8 ve en el “mana” el probable origen de la aprehensión religiosa del mundo. El “mana” –dice– es forma y estructura de conocimiento y corresponde a cierto enfrentamiento del hombre con la realidad ambiente que señala una polarización de la existencia en su conjunto.

11 Se caracteriza por sus poderes psíquicos. Vive lo sagrado con individual intensidad y puede penetrar mediante las técnicas del éxtasis en una esfera remarkable­ de realidad mediante una ruptura del nivel ordinario de conciencia. Es el hombre capaz de conducir a las almas de los muertos, rescatarlas de las regiones inferiores o guiarlas en el ascenso místico al cielo. Provocando el necesario estado de trance por medio de invocaciones y de danzas, el shamán dialoga con el dios supremo, al cabo de una simbólica ascensión celeste al árbol ritual que simboliza la montaña cósmica­ o el pilar del mundo que une la Tierra con el Cielo.

En otras de las cartas, Rilke insiste en el tema de la soledad. “Usted dice que los que están cerca están lejos y ahora comienza a hacerse la amplitud en torno suyo. Alégrese de su crecer en el cual no puede cierta­mente llevar a nadie consigo y sea bueno con los que quedan atrás”. Esa alusión a la soledad, enfatizada y ­exaltada en la sexta de las cartas a Kappus, “ir-hacia-sí, y durante horas no encontrar a nadie”; “estar en soledad como lo estaba uno de niño”, revela su frecuentación­ de esa zona misteriosa y aislada donde se aclara el sentido de la vida y de la muerte.

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